Este es un breve acercamiento a un escritor colombiano contemporáneo, a la vez ensayista y pensador de la literatura. Exiliado en Europa desde la década del setenta. Nos interesa detallar el diálogo de ida y vuelta que se construye entre el país natal y de llegada. El contexto colombiano de la violencia política en la segunda mitad del siglo XX ha generado múltiples estudios sobre las representaciones de la violencia y los efectos culturales en las comunidades. En de este panorama, la huella del exilio en los escritores colombianos nos permite observar, a través de sus obras, cómo se vivieron las experiencias, las heridas, las ausencias y los olvidos. De hecho, buena parte de la generación del “estado de sitio” que se dio a finales de los años setenta tuvo que huir para
sobrevivir y dio apertura a un cambio respecto a la violencia.
Nos acercaremos al exilio como una figura del umbral, tal como ha sido estudiada por filósofos como Giorgio Agamben y Franco Rella. Los dos pensadores italianos se caracterizan por un pensamiento del fantasma, de la presencia/ausencia de los cuerpos y las ideas en lo contemporáneo. Su estilo también desestabiliza los presupuestos sobre la escritura que se enfrenta a los silencios, a lo no dicho, en este caso por los exiliados.
Escribir sobre lo callado, lo oculto, lo espectral, nos impone una exigencia, una vez más, no hablar en nombre de otros. El umbral y el miasma del exilio se caracterizan por precarizar el tiempo y el espacio, tanto en el intento de salvar la vida, como en la búsqueda de “rehacer” la vida, hasta donde esto sea posible, en lugares de transito, o
puntos de llegada más o menos definitivos. En muchos casos, el retorno al país natal se vive como una (des)esperanza, o una promesa más o menos fantasmal.
En el caso colombiano, el filósofo y escritor Freddy Téllez ha convivido con Spinoza en los umbrales del exilio, tanto en el plano político, como en el existencial. Téllez, nacido en Bogotá en 1946, hace parte de la generación del estado de sitio en Colombia, vivió las utopías de la revolución de los años sesenta y luego tuvo que aprender el arduo oficio del exilio en Europa hasta hoy. Su obra nos interroga por/en la filosofía y a través de la literatura. Quien como Téelz se exilia no puede vivir más en la tierra natal. Las razones responden a una imposibilidad fundamental, más o menos ideológica. Exiliarse es cavar un foso de tiempo. No se puede dejar de mirar atrás, sobre todo inconscientemente. El atrás es un adentro, un pliegue fatal en muchos casos. Combate permanente con la melancolía de los inacabables adioses. Ceremonias inconclusas. Se espera volver, volver al país natal como decía Aimé Cesaire, pero ¿cuál es ese lugar, no-lugar del evento exilio?
El exilado presiente que no habrá regreso, aún volviendo no se recuperará lo anhelado.
Incluso puede ser aún más en forma de pesadilla. El retorno, aún produciéndose años, décadas después, no será un reencuentro. Relámpagos de fantasmas de lo que se recordaba y lo que queda. Tiempo de las ruinas, tiempo de los testigos. Mudos en muchos casos, aún escribiendo como Téllez. Lo presintió, lo vivió, lo escribió, lo desescribió, entre 1968 y 2020.
El que se exilia expresa un disenso fundamental con su sociedad de origen. Las causas singulares pueden ser distintas, así como los efectos, personales y colectivos: “la escritura es una espiral porque es un pararse y un recomenzar sostenidos, un círculo que avanza dando vueltas. Aquí mismo, esto que se escribe es un girar alrededor de algo. Estoy dando vueltas, ustedes lo saben bien, y sin embargo avanzo. A decir verdad no se qué es lo que gira, o quién. Pues ustedes también dan vueltas. He aquí otras de las características del círculo; la escritura incluye su lectura. El hacedor es hecho. De ahí la fractura, me imagino; ella es un descentramiento constante, una centrifugación centrípeta, una unidad total… pienso que la escritura es una modalidad de la contradicción… ¿si ven lo que quiero decir? Aquí hay dos que escriben”. (Téllez, Freddy. La ciudad interior, Sílaba,
Medellín, p. 27.)
La cartografía de la escritura múltiple de Téllez recorre rutas similares a Perec, a Vila Matas y a Quignard. Su epicentro, como en ellos es París como mapa (mental) y su sombra es Bogotá: “cuando los fracasos se acumulan, la ingeniería de la vida aconseja cambiar de actividad, de aire, respirar a fondo y meterse en otro asunto. Fue lo que hice.
De las escuelas de lenguas pasé a los restaurantes. Temprano, a las ocho o nueve de la mañana, desplegaba el mapa de París y, al azar, escogía un terreno de ejercicios, un sector lleno de restaurantes, snacks, autoservicios o cualquier otro local similar, con una cocina y mesas alrededor… “no tienes nada aquí; eso no es para filósofos”…En París todo es más difícil, me decía. Marchando como un desesperado de restaurante en restaurante, de sector en sector, la suerte no cambiaba, invariable como un destino judeocristiano.
Decidí ponerme a escribir, entonces, pues los días, los fracasos y las negativas seguían acumulándose. “ya sabes”, me repetía para alarmarme, “es lo único que te salva”.
(Téllez, Freddy. (2011). La vida, ese experimento. Sílaba, Medellín, p. 33.) Parece(mos) escuchar la voz en off de Deleuze hablándole al oído al ex profesor de filosofía Téllez, devenido nómada: “durante ese tiempo solía llevar conmigo mis apuntes (de lápiz sobre papel) y uno que otro libro, para continuar escribiendo en uno de los
tantos cafés del boulevard Saint Michel (cuando tenía dinero), en la Plaza Dauphine (por su aislamiento), o en square Viviani de la calle Lagrange, donde podía mirar a ratos la majestuosa arquitectura de Notre-Dame. A lo último, la etapa en que la máquina de escribir sustituye imperativamente al lápiz…la escritura proviene de una curios combinación de soledad y silencio”. (Téllez, 2011, op cit, p.35.)
Por un lado, había quedado atrás su tesis doctoral en París 8 fue sobre Marx y Spinoza y por el otro, iniciaba su combinado ejercicio como docente ocasional con la escritura de diarios y novelas híbridos con una interesante huella de Spinoza. La figura del doble ha acompañado sus itinerarios, tanto con Spinoza, como con Nietzsche y otros pensadores.
Uno de los textos más interesantes es, sin duda, La Entrevista de Bolsillo que hace Téllez junto a Bruno Mazzoldi con Derrida. Otra de sus tentativas escriturales experimentales la encontramos en un archivo radiofónico en la radio de la Universidad Nacional de Colombia el 15 de octubre de 1994. Al estilo de Benjamin, Téllez se define como “ex profesor de filosofía” y propone un diálogo poético consigo mismo como otro, a los que llama X y Z. A la manera de Sebald en libros como Los anillos de Saturno, Téllez teje en La ciudad interior su propio laberinto escrito y visual (de cuadros, de fotos, de tarot), allí donde los fantasmas del exilio, de la Colombia de las revoluciones y los estados de sitio lo habían desterrado: “se me vinieron a la mente los nombres de mis amigos de juventud que habían muerto por una causa política. Fundadores de una guerrilla urbana, poseídos por sueños y utopías, sacrificando sus vidas por ellas y pensando instaurar un reino mejor en esta vida. Álvaro Fayad, Bateman, Luis Otero., repetí sus nombres ceremoniosamente, a la par que ponía flores en la tumba. Yo también había estado dominado por esa fiebre política, y ahora mismo no podía decir que no era un poseso: persiguiendo sin cesar una ciudad, una imagen que me restituyera. Y escribiendo sin más. Toda creación es eso: la
posesión de algo que nos domina, nos quema con lentitud el cuerpo, dejándonos entrever momentos de gloria, alegrías que buscamos por pura compensación”. (Téllez, 2020, op cit, p.83.)