La escuela es uno de los espacios donde aprendemos lo académico y lo cotidiano: asimilamos conocimiento por medio de los libros, de aquello que miramos (documentales, exposiciones, museos, etcétera), de la experiencia misma en el día a día con los congéneres. Este encuentro permite que se acumule la experiencia humanizadora (si se me permite el término), que nos enfrenta cara a cara con nosotros mismos y con los otros, trasmitiendo nuestra humanidad.
Sucede pues que, ese “caminar” de todos los días, se impregna de un sin fin de situaciones que intentan moldear personas, humanos deseables que convivan en paz, armonía y logren la felicidad desde su ámbito y su actuar. En ese sentido se comprenden las reformas educativas, que ofrecen el conocimiento que formará seres que darán servicio al país en un futuro no muy lejano, es decir, personas que ofrecen su humanidad a un grupo en “formación” que gestarán “un mundo mejor”.
Hasta aquí, todo va bien, sin embargo, en este momento de la historia, ser docente frente a grupo desemboca en un constante reto, pues rodeados de un mundo cambiante, donde la información es rápida y poco confiable (me atrevería a decir incluso, en su mayoría, manipulada a conveniencia), las reformas educativas que se desarrollan cada seis años, al parecer no dan una definición del todo clara de hacia dónde se dirige la generación que se desea formar.
Si sumamos a lo anterior, la vorágine tecnológica que amenaza con desplazar a la humanidad en un futuro no muy lejano y una sociedad colmada de programas, situaciones y experiencias con la violencia que, si somos sinceros, ya son pocas las ocasiones en que nos llega a sorprender y asustar (pues la cotidianidad no ha anestesiado con tamaña hostilidad), se vive también una crisis en las jerarquías sociales que se ha expresado en medio de una confusión terrible que, en términos de Galeano, (1998) nos ubica “Patas arriba”.
En este escenario emergente de turbulencias de todo tipo, donde lo que era hasta hace poco, ya no lo es más, el docente (o al menos ésta que escribe), bajo las luces de la esperanza, se replantea lo que significa el humanismo, pues sabe que desde que aparece el término en el siglo XIV, ha tenido connotaciones que responden a un contexto histórico específico, determinando acciones y comportamientos.
Así, sin caer en el desaliento, un primer acercamiento a esta definición de humanismo, incita a construir desde un punto central: ¿qué es lo humano? En este sentido, coincido con el planteamiento de Serres (2004), para quien lo humano surge de la adaptación a las variaciones más que a las cosas mismas, ajustarse al tiempo más que al espacio. El cuerpo, explica, se metamorfosea para no morir. Lo humano entonces es, “una viviente en vía de autoevolución” (Serres, 2004, pp. 334 - 336).
Siguiendo a Serres (2015), la vida evolutiva opera mediante emergencias, lo cual exige de manera inexorable, zambullirse en el impulso vital de la evolución (Serres, 2015, s.p). Sin embargo, pareciera ser que muchos docentes, nos hemos detenido en el tiempo: la vida avanza hacia afuera pero el pensamiento, las creencias profundas y las nociones de lo que se nos dijo “debía ser”, nos atrapan en una burbuja que permite mirar afuera, pero sin avanzar desde dentro.
Dentro de este mecanicismo, las contingencias nos instigan a evolucionar, a actualizar nuestra percepción del mundo. Dado el momento histórico actual, el docente necesita bifurcarse, desprenderse de la nefasta costumbre de quejarse y descargar la responsabilidad en los demás (el gobierno, los alumnos, los otros maestros, la crisis económica o los padres de familia). En este sentido, tiene la oportunidad de abrazar su compromiso si quiere prevalecer, en términos de Serres, puede pensar, convertirse en árbol, bifurcarse a la izquierda, a la derecha, en abanico, no dejar nunca de desdoblar sus ramas en el gran espacio (Serres, 2015, s.p).
Una opción de generar la metamorfosis puede ser gestionarse a sí mismo, tal como lo explica Drucker (2005), en este sentido, implica conocer fortalezas, concebir la idea de la persona integral que contiene en sí cuerpo, mente, corazón y espíritu para seguir vigentes y ofrecer originalidad y amor durante el proceso creativo que encierra el contexto, sumando belleza, humanidad, estilo e imaginación, pero sobre todo, pasión y valor que contenga en sí la fuerza para adaptarse y no morir en el intento.
La era planetaria exige buscar nuevas misiones y desafíos, educar y educarse para esta nueva etapa. Tomando en cuenta que, instruir incluye la misión de transmitir, lo cual implica competencia y arte. En palabras de Morin (2002), la transmisión requiere competencia, necesita el eros (deseo, amor y placer), amor al conocimiento y amor por los alumnos.
En este mismo orden de ideas, es importante entender que transmitir no implica simplemente fabricar en serie o bien “llenar un vaso vacío”, por el contrario, es compartir, propagar nuestra humanidad. Mucho se habla de que, en el futuro no muy lejano, la mayoría de los trabajos, tendrán un pronóstico de vida de diez años dado la popularización de las IA, sin embargo, lo que nos hace humanos es preocuparse por el otro, arroparlo, afanarse por el trato de todos los días, hacerse responsable de sí mismo y del otro en la medida en que se convive con aquellos que piensan, sienten y viven.
Tengo la esperanza de un futuro más luminoso y amable, pero personalmente, creo en el esfuerzo y trabajo de todos los días para lograrlo. En verdad me asusta un poco pensar en lo caótico al mismo tiempo que veo en él una oportunidad. El futuro es hoy y yo como docente digo: “Aquí estoy, puedo hacerlo diferente”.
La perspectiva se dirige a la unión de esfuerzos y conocimiento con las nuevas generaciones en donde la transmisión de saberes sea mutua, sin pretensiones, dialógica y enriquecedora. Se puede dar esperanza desde el presente, construir una “Pedagogía de la emergencia” (Plá, 2020), donde recuperemos comunidad, relaciones, espacios públicos, en fin, recuperar nuestra Humanidad
Referencias
Drucker, P. (2005). Gestionarse a sí mismo. Harvard Bussines Review, 87 - 95.
Galeano, E. (1998). Patas arriba: la escuela del mundo al revés. Siglo xxi.
Morin, E. (2002). La cabeza bien puesta. Buenos Aires: Nueva Visión.
Plá, S. (s.f.). Canal Encuentros por la Historia [Video].
Serres, M. (2004). Hombre y tiempo. ARETÉ, Revista de filosofía, 333 - 348. Recuperado el 28 de Octubre de 2024
Serres, M. (2015). Figuras del pensamiento. Autobiografía de un zurdo cojo. Gedisa.